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¿HAY VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE?


Si creciste en una familia donde se creía en la vida más allá de la muerte y tus padres te transmitieron su fe, probablemente crees que al morir, morirá tu cuerpo físico, pero tu espíritu será eterno.


Mis padres me enseñaron, desde pequeña, a creer que soy más que un cuerpo, me llevaron al catecismo y crecí con la fe que ellos me transmitieron. Así llegué a mi etapa de adulto. Yo decía que era católica "no practicante", en el sentido en que iba a misa cuando lo "sentía", era una buena persona a mi manera, dudaba de muchas cosas de mi iglesia como institución, pero creía en Dios.


La vida me dio mucho más de lo que yo soñé; me dio una familia, unos padres amorosos, una carrera profesional, un esposo maravilloso y el regalo de ser madre. Tuve todo, viajes, lujos, no me faltaba nada, y sin embargo, había algo que me faltaba y en lo profundo, me sentía vacía.


Estoy convencida de que cada uno tenemos un plan en esta vida, y nuestro trabajo es descubrirlo y realizarlo o sea, estar "despierto" para verlo y caminarlo.

Cuando yo tenía 34 años, al dar a luz al quinto de mis hijos, tuve una experiencia que cambió mi vida.

Mi esposo y yo tuvimos cinco hijos. En ninguno de mis embarazos tuve trabajo de parto; había necesidad de inducirme los partos para que mis niños nacieran naturalmente. Los partos que había tenido habían sido partos naturales, es decir, no por cesárea.

Antes de irme al sanatorio, acostumbraba ir al templo, me confesaba y comulgaba. Me sentía muy en paz y en confianza al hacer eso.


Cuando tuve a mi cuarto bebé, tuve ciertas complicaciones por lo que el doctor me aconsejó que ya no tuviéramos más hijos. Sin embargo, aunque nos cuidábamos por métodos naturales, salí embarazada nuevamente. La noticia fue una gran alegría, porque fue algo inesperado; yo estaba segura que este embarazo era especial.


En aquel tiempo, mi esposo y yo asistíamos con frecuencia a grupos de oración, yo era catequista y mis creencias religiosas me llevaron a sentirme muy culpable cuando tomamos la decisión de operarme para ya no tener más familia porque queríamos ya no poner en riesgo mi vida o la del bebé. Así es que, durante varios meses, desde que tomamos esa decisión, de no más embarazos, dejé de comulgar porque me sentía en "pecado mortal". Pensaba que si iba con el sacerdote y le confesaba "mi pecado", me iba a prohibir que me operara y no sabría qué hacer. Decidí que lo mejor sería pedir perdón que permiso.


Cuando llegó el momento de que naciera mi hija, el día programado, me fui al al sanatorio. No fui a la iglesia, no me confesé ni comulgué, cosa que antes si acostumbraba.

Después de varias horas de trabajo inducido de parto, mi hija no podía nacer porque tenía el cordón enrollado en su cuellito y el doctor que me atendía decidió que era necesario practicar una cesárea.

All momento de ponerme el bloqueo, la anestesia se fue hacia arriba y tuve paro respiratorio y cardíaco. Estuve muerta no se cuanto tiempo, pero durante ese tiempo, viví una experiencia cercana a la muerte.

Cuando me comenzaron a aplicar la anestesia, sentí un zumbido en mis oídos, se lo dije al anestesiólogo, sentía un vacío, iba perdiendo mi energía, una debilidad que me consumía... lo último que escuché fue la voz del doctor que preguntaba a su equipo, -" ¿cómo está su presión?"

Me vi girando en un túnel oscuro, era un experiencia extraña, cuando tomé conciencia de ésto, pensé que me estaba muriendo y me dio mucho miedo. Yo sentía mi cuerpo sin fuerza, girar hacia arriba. Allá, arriba en el fondo, había una luz brillante. En otro momento, comencé a ver mi vida en forma retrospectiva, como si me pasaran una película: veía escenas felices de mi infancia, que ya no recordaba, partes de mi vida con mi familia de origen, la felicidad del día de mi boda, el nacimiento de mis hijos, y así, muchas escenas hasta llegar a aquél momento.

En ese instante pensé que sí me estaba muriendo. Sentía un temor intenso, y una enorme preocupación por mi esposo y mis hijos pequeños. El más grande tenía 7 años, la niña 5, y el bebé 3. Me preguntaba y me angustiaba el no saber ¿cómo le iba a hacer mi marido para atender a los niños y a la bebé que iba a nacer? Y mientras estaba en medio de mis miedos y angustias, me sentí flotando en el techo de la sala de operaciones. Vi mi cuerpo, con los ojos abiertos, sin vida, sobre la plancha del quirófano y me pregunté ¿" esa soy yo, o yo soy la que está acá arriba? " Comprendí que aquello que me habían dicho de que el cuerpo es materia y que estamos dentro de ese cuerpo temporalmente era cierto. Yo era la que estaba flotando, lo que veía era el cuerpo que ocupaba.

Luego, vi a los doctores moviéndose rápidamente tratándo de volverme a la vida, y entonces me regresé al túnel. Seguí girando y llegué a la Luz. Cuando salí del túnel, la Luz invadío todo mi ser, todo el miedo que llevaba mientras iba girando en el túnel se desapareció. Ahí era todo serenidad, una Luz brillante, una sensación muy agradable de quitud. No podría encontrar palabras para explicarlo. Luego escuche la voz de Dios, no con mis oidos, sino en mi corazón, como una especie de telepatía, esa Voz me decía " ¿de qué te preocupas hija mía?", como diciéndome que eso ya estaba todo resuelto. Al escuchar su voz, era una voz tan potente y a la vez tan consoladora que todo mi ser se llenó de paz.

Enseguida sentí que mis "pecados" se hacían presentes y me sentí muy avergonzada y arrepentida. En ese momento Dios tomó aquellos "pecados" entre sus manos y dijo... " pero... es que, ésto, no es pecado". Y como cuando tomas unos papeles entre tus manos que ya no te sirven, los aventó a un basurero. Fue un momento de felicidad y de alivio, escuchar que Dios me había quitado esa carga, y comprendí, que no había pecado más grande que su misericordia.

Sentí pena por mí misma y dolor por todo aquel tiempo que había perdido sin estar cerca de Él, sin acercarme a la Eucaristía, por miedo. Y me invadió una sensación de paz y felicidad.


Hubo un pausa y enseguida yo pensé en lo que seguiría. ¿Qué me diría Dios? y recordé en ese instante a María, la Virgen, la Madre de Dios. Yo nunca había sido muy Mariana, pero cuando mi esposo y yo estábamos en los grupos de oración, Ella siempre se le hacía presente a mi esposo, con signos y detalles. En ese momento le supliqué, -" Por favor, madre, si son ciertas todas esas muestras de amor con mi marido, por favor pídele a tu hijo Jesús, que por favor me ayude, ayuda a mi esposo a no pasar por esta pérdida, ayuda a mis niños que no crezcan sin su madre. Pídele a tu hijo, Jesús, por favor, por mi".


En ese mismo instante en que le supliqué, sentí como si Ella le dijera: ¿"qué te cuesta, hijo"?. Como si le hubiéramos jalado su túnica. Luego escuche la voz de Jesús: - " está bien, vas a regresar... " ...y me hizo ver para qué regresaría. Como si descubriera ante mi un velo que me impedía ver, y me vi realizando muchas cosas en los hospitales, ayudando a los enfermos, acompañando a muchas personas que lloraban. En cuanto acabé de ver esas imágenes, sentí que me llamaban por mi nombre: -"Vicky, abre los ojos, respira profundo, tienes que ayudarnos... respira " ...Eran las voces de los doctores afanados en regresar mis signos de vida, mi respiración... pero yo ya sabía que Dios había dicho que si...

Más tarde escuché el llanto de mi niña que había ya nacido y la llevaban a los cuneros y le decía la enfermera- " ya, ya, aquí está tu mamá" ...mientras se alejaban de la sala de operaciones.

Mi niña ahora tiene 26 años y verdaderamente es especial. Ella es l"a sal de nuestro hogar", la que nos recuerda nuestros cumple años siempre con detalles, la que nos recibe con carteles, la que se siempre se preocupa por que estemos bien todos, por el bienestar de los animalitos y por cuidar la tierra.


Esta es la historia de mi renacer. Es la manera en que yo viví esta experiencia de vida después de morir. Aprendí que yo soy un ser espiritual en un cuerpo terrenal, que nada me llevo, excepto el amor que di y los momentos de felicidad que compartí. Que estamos de paso aquí en la tierra, para aprender y sobretodo, que no hay pecado más grande que la misericordia de Dios, y que nuestras experiencias son para aprender que estamos aquí para amar.


Si tu crees en la vida después de la muerte por fe, ¡qué bendición! porque esa fe es un regalo de Dios. Yo creía por fe, ahora también creo porque lo viví. Ojalá que nadie tuviéramos que pasar por estas experiencias para creer, pero si te llegaran a suceder, ten por seguro que ésto es una nueva oportunidad de vivir diferente, porque para mí, ya nada volvió a ser igual. Todo mejoró.


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